Parir, abortar, pagar

El alto costo de la salud ginecobstétrica en Cuba

En Cuba, dar a luz o abortar con seguridad puede depender del dinero que se pague. Este reportaje documenta las historias de mujeres que, ante la escasez, la corrupción y la violencia obstétrica, han debido costear de forma informal servicios médicos para salvar sus vidas o ejercer sus derechos.

Dianelis no recuerda la fecha exacta en que comenzó con los sangramientos, pero sabe que fue unos años después de dar a luz a su segundo hijo, que ahora tiene trece. Esta maestra de Enseñanza Primaria, de 42 años, residente del municipio Songo La Maya, en Santiago de Cuba, sospecha que los fibromas los debió de tener desde antes, ya que suelen crecer y empeorar en los embarazos debido a los cambios hormonales.

Los sangrados venían seguidos de la menstruación. Por tanto, la regla ya no le duraba los cinco días habituales, sino entre diez y doce. Con el paso del tiempo empeoró. Se pasaba hasta veintiún días sangrando en abundancia y apenas podía trabajar. Cuando por fin decidió chequearse, a finales de 2018, le descubrieron varios miomas uterinos, dos de ellos bastante grandes. Los miomas son tumores benignos que se desarrollan en la pared muscular del útero; pueden causar dolor pélvico, sangrado menstrual abundante o irregular e infertilidad.

Para cuando llegó el diagnóstico, Dianelis ya había sufrido anemia en repetidas ocasiones. Su doctora en ese tiempo le dijo que en un futuro próximo tendría que ser operada, pero que de momento «consiguiera» el acetato de medroxiprogesterona inyectable. Un progestágeno que le ayudaría a controlar el sangrado. 

«Esa fue la primera de muchas medicinas que tuve que buscar y costear, pero si bien los progestágenos me sirvieron para reducir las hemorragias durante un tiempo, no me resolvieron el problema», dice. «Los fibromas siguieron creciendo y con ellos mi vientre. Me sentía cada vez peor». 

A finales de 2019 le realizaron los análisis preoperatorios. La operación estaba programada para el primer semestre de 2020. Pero llegó el Covid-19 y todas las cirugías menores fueron aplazadas. No obstante, ella no detuvo su gestión. Compró todo lo necesario para cuando las retomaran, previendo que, cuando acabara la pandemia, la escasez sería mayor. Su intención era tenerlo todo organizado para ser de los primeros casos en entrar al salón llegado el momento.

No tuvo más consultas hasta febrero de 2022. Para ese entonces ya estaba cansada de esperar. Para colmo, la doctora le dijo que su expediente médico estaba muy desactualizado y debía repetirse todos los estudios. En dependencia de los resultados, le reprogramarían la operación.

Había oído que aún con los salones cerrados durante la pandemia, algunos médicos operaron a cambio de dinero. Su cuñada, que trabaja en el sector de la salud, habló con un amigo cirujano del Hospital Clínico Quirúrgico «Juan Bruno Zayas», de Santiago de Cuba. Por 25.000 pesos(USD), este cirujano se habría ofrecido a realizarle todos los análisis de nuevo, hacerle un seguimiento y finalmente operarla. «Pero para mi mala suerte, salió de misión», lamenta. Ya tenía todo: el kit de operación completo y el dinero. 

Dianelis se vio de nuevo inmersa en la burocracia médica hasta que, a finales de 2023, le recomendaron un cirujano y lo contactó por WhatsApp. «Nada de eufemismos. Habló siempre muy claro, con total naturalidad. Él me dijo claramente lo que cobraba por realizarme la cirugía, aparte me dio una lista de los materiales que se necesitaban, que ya yo tenía comprados desde antes», comenta.

Un fin de semana de junio de 2024 el cirujano la llamó por teléfono y Dianelis ingresó en la sala 5L del Hospital «Juan Bruno Zayas» a esperar su operación. Ese mismo día pagó la mitad del dinero por transferencia. Así lo prefirió el doctor. La otra parte se la entregó el día del alta. 

Finalmente, el 15 de julio de 2024 se libró de los fibromas que por alrededor de una década afectaron su salud.

Dianelis no sabría decir con exactitud cuánto pagó en total desde el comienzo de sus dolencias hasta su cirugía. Pero sí recuerda que aparte de los 25.000 pesos de la operación, tenía unos ahorros en el banco y todo se empleó en su tratamiento. Calcula unos 45.000 pesos (USD) entre medicinas, insumos, almohadillas sanitarias que compraba a sobreprecio, incluso pampers –más eficientes para sus sangramientos–, meriendas y regalos extras a cuanto médico se le cruzó por delante en todo ese tiempo. Señala, además, que varias de las órdenes de análisis de laboratorio fueron «resueltas».

«Estuve seis años esperando porque me operaran y, si no hubiese pagado, tal vez todavía lo estuviera. Allí, en la misma sala, la 5L, había mujeres ingresadas hacía meses esperando y yo me operé delante de ellas».

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Helen* supone que la directiva de los hospitales esté al tanto porque al menos las cirugías son programadas, excepto las de urgencia. En cambio, confirma, las personas que pagan para operarse pasan primero en la lista que aquellos que llevan tiempo esperando. «Y sabiendo que esta programación lleva un riguroso control, cabe pensar que la directiva debe tener conocimiento. Además, he estado presente cuando pacientes se han quejado de la demora de sus intervenciones y la dirección se presta para darles excusas», dice. 

Helen* no es su nombre, pero le llamaremos así. Es una estudiante de quinto año de la Facultad No.2 de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba y revelar su identidad le podría costar, como mínimo, la expulsión de su carrera.

Las cirugías son las más caras, «porque no solo hay que pagar por el proceder médico sino también por los utensilios que se utilizan en el salón», dice la joven. Asegura que una regulación menstrual oscila entre los 5.000 (USD) y los 10.000 pesos (USD).

Lo sabe por una experiencia cercana. Una amiga acudió a una consulta de regulación menstrual en su área de salud, pero le negaron el procedimiento. Supuestamente había pasado el tiempo en que se podía practicar. Sin embargo, le consta que a otras embarazadas con mayor edad gestacional se lo han realizado.

En Cuba, el artículo 43 de la Constitución y la Ley de Salud Pública (aprobada en 2023, aún no vigente) garantizan el derecho a la interrupción del embarazo hasta las 12 semanas sin restricciones y hasta las 26 semanas por malformaciones fetales.

Como única alternativa, a la amiga de Helen* la remitieron a la consulta de legrado del Hospital «Juan Bruno Zayas», pero allí tampoco resolvió. Finalmente, un conocido la puso en contacto con un médico residente de ginecología que por 5.000 pesos le habría hecho la regulación.

En la provincia Holguín, el joven anestesiólogo Rubén*, refiere que allí los legrados cuestan entre 5.000 y 7.000 pesos. 

Pese a todo esto, el Código Penal establece que el aborto se convierte en un delito cuando se lleva a cabo sin consentimiento, en condiciones inseguras o con fines de lucro.

«Los ginecólogos le dicen a la paciente “trae lo que puedas”», cuenta Rubén*. «A veces no traen dinero, lo que traen es un “detalle”. Hay personas que traen una mano de plátano, dos libras de frijoles, un refresco y un paquete de galletas o una caja de cigarro. Yo no pido nada y algunos han llegado a mí diciendo “tengo la mujer embarazada de tantas semanas”. Parece que ya la población conoce cómo son las cosas y traen un regalito para mí y para el cirujano o para el ginecólogo. En ocasiones, el tipo es carpintero y le hace una puerta y par de ventanas al cirujano, o trabaja en la playa y le resuelve un fin de semana a la familia del médico, o cría puercos y le regala uno».

Helen* cree que pagar por el procedimiento o servicio médico casi siempre determina el éxito y la calidad del mismo. Su amiga le contó que, luego de la regulación, le administraron unas gotas sublinguales para ayudar en caso de que quedasen restos y así evitar someterla a una limpieza, algo que en las consultas regulares no se utiliza. «En cambio someten a las mujeres a limpiezas muy dolorosas sin anestesia», aclara. 

En este sentido, varios reportes e investigaciones de la prensa independiente, como Partos Rotos, ilustran que las negligencias, manifestaciones de violencia ginecológica y obstétrica tampoco son hechos aislados, sino una práctica extendida en la Isla.

Por estos motivos, Arysa Durán Hernández, una madre habanera, siempre quiso parir en el Hospital Docente Ginecobstétrico «Ramón González Coro» en lugar del de Diez de Octubre, conocido como «Hijas de Galicia», que era el que le correspondía según su municipio de residencia.

En 2023, para cuando fue a dar a luz a su primera hija, en este último hospital había trascendido la muerte de varios recién nacidos por un brote infeccioso asociado a violaciones de medidas higiénico-sanitarias y a la falta de recursos. Como es lógico, Arysa tenía miedo de parir en ese lugar. En cambio, el González Coro, es un centro de referencia en obstetricia y «tiene un mínimo de condiciones», asegura ella. 

Una amiga le pasó el contacto de una enfermera de allí. Con ella se podía «cuadrar» el ingreso sin importar que no perteneciera a ese hospital. Arysa no había valorado todavía la posibilidad de una cesárea, pues había hecho un embarazo sin complicaciones. Su intención era asegurar su ingreso y que le dieran una atención de calidad durante el parto.

«La enfermera me dijo: “son 10.000 pesos y se garantiza todo”», cuenta. Con «todo» la mujer se refería a los materiales necesarios. Dice Arysa que a las embarazadas les pedían en los hospitales que llevaran las gasas, las agujas, los apósitos, hasta los puntos de sutura.

Aunque tenía fecha de parto para el 7 de mayo de 2023, la ingresaron el 4. No tenía líquido amniótico. Le indujeron el parto el día 10 a las ocho de la mañana, y a las once de la noche todavía no había dilatado. «Eso tiene un protocolo, o sea, tú tienes que tener tantas horas de trabajo de parto, y entonces, si no pares en ese tiempo, es que te programan la cesárea y te la hacen», explica. «Son como 36 horas y yo no llevaba ni 24, pero ya no aguantaba los dolores y las contracciones».

Como había pagado por todo lo relacionado con el parto, y eso incluía una eventual cesárea, se la programaron para las once de la mañana del día siguiente. «El pagar a veces te da la cobertura de poder reclamar o decir: “mira a ver qué van a hacer, porque esto no es de gratis”», afirma. «Y ya ves que cuando hay dinero de por medio se pasan el protocolo por las narices».

Cuando fue a dar a luz a su segunda hija, en diciembre de 2024, acudió a la misma enfermera del González Coro, pero el precio había aumentado. No había suficientes camas. De hecho, cuenta Arysa, a las embarazadas que llegaban las enviaban a otros hospitales. No fue su caso. Por este segundo ingreso y la cesárea pagó 15.000 pesos, nuevamente con «todo» incluido.


Rubén* dice que él es de la opinión de que está en su hospital para trabajar y, ya sea resuelto, pagado o no el servicio, se trata de un paciente que, de la forma que sea, hay que atender u operar.

Explica que son los médicos de cabecera, los cirujanos, los ortopédicos o ginecólogos, quienes intervienen a los pacientes y reparten las ganancias. A los anestesiólogos como él, relata, suelen avisarles que tienen un caso en el que «hay algo de por medio» y luego les dan un porciento de dinero; porciento que desconoce.

Por cesáreas en las que ha trabajado, ha llegado a recibir hasta 10.000 pesos, lo cual hace pensar que su costo real ha excedido esa cifra, teniendo en cuenta que en esas operaciones hay más de un profesional presente, y suponiendo que las ganancias se reparten entre más de uno.

«A veces los ginecólogos me mandan a buscar, hago la cesárea y me voy. Ni pregunto ni digo nada. A veces me dan 5.000. A veces no me dan nada», cuenta. En ocasiones el canje es de otro tipo: el esposo de alguna paciente le lleva a la casa un litro de aceite, un paquete de pollo, la mitad de un combo de comida, pampers o cualquier otro artículo de necesidad, que «en estos tiempos se agradece», expresa. «Y cuando lo tiras contra lo que cuesta, posiblemente salga en más de 10.000 pesos».

Una joven enfermera del Hospital Infantil Norte de Santiago de Cuba, conocido como «La Ondi», afirma que estos cobros indebidos hoy en día son más comunes que hace unos años. «Y lo será aún más en el futuro por la miseria de salario que reciben los trabajadores de Salud Pública», dice. Asegura que no es su caso, que nunca ha cobrado, pero admite que una vez ayudó a una prima para que le hicieran una cesárea.

«Yo hablé con un doctor amigo mío y él se la hizo. No estoy segura, pero creo que en ese entonces le cobró 10.000 pesos», cuenta. «El médico habló directamente con ella del precio una vez que yo los puse en contacto. Como quien dice, yo solo serví de puente para que se conocieran». 

Afirma que se maneja una especie de tarifa que, si bien no sabe quién o cómo se establece, todos extraoficialmente la conocen. 

Con respecto a los intermediarios, como ella en el caso de la cesárea de su prima, dice que es muy común. Entre las gestiones habituales en neonatología, que es su área, se encuentra: «resolver» cesáreas, encargarse de que un médico específico –a solicitud de la paciente o de sus familiares– atienda determinado parto, conseguir cama para la madre y el bebé en una sala cuando el hospital está colapsado. «Todo eso se hacía y se sigue haciendo, y no es gratis. Si vienes a ver, todos los enfermeros en algún momento hemos servido de intermediarios».

En cuanto a si los directivos participan en estos cobros o si lo tienen en conocimiento se pregunta: «¿Qué puede pasar dentro de un hospital que no se sepa? Entonces, suponiendo que sepan, si no hacen nada ha de ser porque algún beneficio están obteniendo».

La doctora Adriana Fonte, desde España, cree que muchas veces participan, y rememora el caso de la directora de Salud Pública de su natal provincia Pinar del Río. Según la joven, esta funcionaria, que además estaba a cargo del Programa de Atención Materno Infantil, tenía conocimiento de que en el Hospital Universitario provincial estaban cobrando las cesáreas a 60 CUC en ese momento, alrededor de 1.500 pesos cubanos (USD). El caso se investigó, relata Fonte, y se concluyó que ella estaba involucrada. Como consecuencia, fue expulsada de su puesto de trabajo. Sin embargo, posteriormente, habría ascendido a un cargo en el gobierno nacional.

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CRÉDITOS

La privatización silenciosa: Prácticas de corrupción en el Sistema Nacional de Salud cubano» es una investigación realizada por el equipo de Casa Palanca con el apoyo de Cubadata.